Hablemos de silencio

Thursday, November 30, 2006

4.A PUERTA CERRADA

Diez minutos. Un palito y un círculo. Seiscientos segundos. No hay más. -¡Maldita sea!- ¿Cómo en tan poco tiempo le había parecido ver morir dos decenas de párpados que pasaban frente a él? Veinte personas que fruncían el ceño; cuarenta ojos de mirada vacía que se entrecerraban, a manera de reproche, al pasar frente a la triste primera escena de la película de cine mudo que acababa de interpretar. Incluso Charles Chaplin le habría dado la enhorabuena con un sentimiento de envidia sana, mientras que él solo podría haberle sonreído encogiendo los hombros con un gesto de incapacidad vocal, que sería confundido con idiocia. Había caído en una espiral de desesperación, llevándose las manos a la garganta como si reduciendo el espacio de ésta, obligase al susurro a salir con fuerza, imitando a la voz. Pero no. Parecía que se habían fugado juntos. - Me pregunto quien de los dos será Thelma...- pensaba mientras se dibujaba en su rostro una sonrisa irónica. Una sonrisa tan poco natural que habría conseguido distraer la atención de las marcas que sus dedos habían dejado a ambos lados de la nuez, convirtiéndole así en el poseedor de cinco peculiares antojos en el cuello. El transcurso tan súbito de las circunstancias le había tranquilizado. Sobretodo el acto de bondad de una mujer mayor cuya cara reflejaba casi un siglo de historia, con unas arrugas dignas de un mapa físico mudo de una cordillera cualquiera. Había decidido sentarse en el suelo tras decidir que las cosas no habían sufrido un cambio de la posición sino que se estaba mareando, cuando aquella anciana deslizó sobre sus palmas un par de monedas. En otra ocasión habría dicho que no hacía falta pero, cansado de esfuerzo realizado las aceptó sin más, cruzando sus ojos con los de ella, de un intenso blanco lechoso. Serían seguramente cataratas causadas, pensaba él, por la visión de más de una guerra u otro estado peor de decadencia del ser humano, si es que lo había. Durante esta meditación, su amigo había bajado al portal, harto de que llamasen al timbre como si se tratase de un servicio público, y, en el suelo, apoyado en la pared y con dos monedas en las manos lo encontró. - ¿Por qué no contestas? Tengo muchas cosas que hacer y..., ¿qué te pasa? Ah, ya recuerdo, se te escapó la voz ¿eh? Llevabas una buena. Pues que sepas que no. No sé dónde está. Y ahora si me disculpas...- y le cerró la puerta en las narices. - Mejor no preguntes. A lo mejor es por ti por quien está con un humor tan lugubre. - Pues sí. Podría ser. Pero ya no podía ser peor. Y sin haber sido ofendidas, sino más bien por aburrimiento y pesadez, las nubes se relajaron. Comenzó a llover.

Sunday, November 19, 2006

3.LAS IRONÍAS LAS CARGA EL DIABLO

El hedor acuciante de la multitud callejera comenzaba a acumularse en su pecho, como el poso de te en la taza de un viajero sin prisa. Detestaba los baños de multitudes. Odiaba las miradas fulgurantes de las que se servía la gente para juzgar su persona con un golpe de vista de no más de tres segundos. Su carencia de capacidad para emitir sonido alguno era tal, que incluso se henchía del valor suficiente como para haberse subido a una tarima abandonada a sus pies, estilo predicador neoyorkino, comenzando así, a los cuatro vientos, una disertación sobre las apariencias que, gradualmente se iría convirtiendo en una diatriba contra los que se guían por ellas, de la que no se salvaría ni el apuntador. Sin embargo, en el pecado se lleva la penitencia y, si bien le sobraba la valentía necesaria, era porque nunca podría darse esta situación pues, irónicamente, la falta de voz que le animaba a llevar a cabo tal empresa, a la vez se lo impedía. Y allí estaba, apoyado en la pared de chapa del mercado, a escasos metros de su casa. Abrumado. Esa era la palabra. Se sentía abrumado por todos los tonos y timbres de voz que le envolvían; por todos los que podían llevar a cabo esa actividad que, a sus ojos, había pasado de aspecto trivial a don imprescindible en pocas horas. Maldecía esa añoranza causada por la sensación de vacuidad en su cabeza; por la ausencia de notas musicales que sonasen en su caja de resonancia. Aunque se sentía sin fuerza alguna, un extraño espíritu de inquietud tomó su cuerpo, separándolo de la chapa.Sus sucias bambas antiguamente blancas le llevaban en una dirección clara como una ventana. Encontraría lo que le faltaba. No sabía dónde, ni cuándo, ni siquiera cómo. Pero sabía a quién preguntar. Llamó al portero automático. Pero, no tuvó en cuenta una cosa- ¿Quién es?- en aquel momento habría roto el cristal del portal en añicos, sirviéndose de tan dura ironía.